Creo que he hablado aquí de mi amor por Samanta Schweblin, la autora argentina que es una de las sensaciones del mundo literario en los últimos años. Me encanta absolutamente todo lo que escribe y la recomiendo desde ya.

Como creo que ya he hablado de sus otros libros por aquí, hoy es el turno de su última novela, que creo que sólo puede ser descrita como leer un capítulo de Black Mirror. Uno de esos a medio camino entre ser deprimentes y ser bonito, que te deja cuestionándote el uso que haces de las redes sociales o de cualquier otra cosa.

Una de las gracias de Black Mirror para mí es que a pesar de la tecnología, el énfasis es siempre la humanidad. La tecnología es una herramienta que los seres humanos podemos usar para hacer el bien o para desatar nuestro lado más oscuro. Y cómo lo mío suelen ser las historias llevadas por personajes (en oposición a historias donde la trama es más importante que los personajes), este tipo de ciencia ficción es claramente para mí.

La premisa de Kentukis bien da para para un capítulo de Black Mirror: de un día para otro se ponen de moda los kentukis, unos monos de peluche con rueditas que tienen cámaras en los ojos. Cada uno de estos muñecos es “controlado” por un “ser”, es decir una persona en un computador o Tablet. La gracia es que las conexiones son aleatorias y duran hasta que el bicho se rompe, se le acaba la batería o deciden cortar la conexión. El peluche es básicamente una especie de Furby cruzado con un tamagotchi, una mascota a la que hay que darle los cuidados mínimos (en este caso, cargarla). Creo que son las referencias más millenial possibles, así que se  imaginarán a qué público se apunta aquí.

La novela sigue a varios personajes que “son” kentukis o tienen uno. Todos ellos establecen relaciones con sus kentukis, que resultan ser tan complejas como lo pueden ser las relaciones interpersonales. Mientras hay quienes buscan activamente comunicarse con sus kentukis, otros prefieren tratarlos como mascotas. Y mientras algunas personas definitivamente usan sus habilidades con propósitos más oscuros, la gran mayoría de los personajes busca establecer conexiones con otros humanos, a pesar de las barreras comunicativas y culturales. Otros buscan escapar de sus realidades y ver el mundo, ser  testigos de algo más grandes que ellos mismos.

Personalmente, la idea de tener una cámara siguiéndome a todos lados (aunque cada uno puede decidir que límites poner) me pone nerviosa. Pero la idea de poder mirar cómo viven los otros siempre me ha parecido interesante. Quizás sería mejor kentuki que ama. Aunque tampoco soy particularmente voyerista, es sólo que me gustaría poder entender al resto mejor de lo que los entiendo ahora.

La narrativa aquí salta de un personaje a otro, cruzando continentes e identidades. Una mujer peruana sigue a una joven alemana, mientras un padre italiano no sabe qué pensar de la relación entre su hijo y su kentuki. Un joven croata intenta hacerse rico vendiendo conexiones activas a kentukis (parte de la gracia es que hasta que te conectas no sabes lo que te va a tocar al otro extremo, así que asegurarse de eso tiene un precio) mientras un adolescente en Antigua sólo quiere ver la nieve en Noruega. Sus historias nunca se cruzan, no vemos a nadie aparecer en los capítulos de otro personaje. Las conexiones kentuki parecen ser la única instancia de relación en un mundo que es cada vez más grande y desconocido.

Una de las cosas que más me gustó es que el concepto de los kentukis es bastante simple. Por un lado,  no te enreda en el aspecto tecnológico sino que te envía directo al aspecto humano de las relaciones. Porque por mucho que se basen en la tecnología, las relaciones que vemos en el libro son todas humanas. Los kentukis no sólo permiten establecer conexiones entre personas que nunca se habrían topado, sino que también sirven para canalizar rabias y angustias por parte de los personajes. Quizás el saber que hay una persona detrás del peluche sirve para aumentar aún más la crueldad que algunos ejercen en contra de los juguetitos y a veces, hacia las personas detrás de las cámaras.

Humanos gonna humanos, supongo.

Por supuesto, este tipo de novelas sería imposible pensarlas sin un mundo como el que tenemos ahora: híperconectado, siempre disponible a todos los que tengamos una conexión a internet. Samanta Schweblin lo lleva al extremo lógico: si ya dejamos que desconocidos vean momentos de nuestra vida (piensen en lo prevalente que se ha vuelto Instagram en nuestras vidas): ¿por qué no dejarlos literalmente entrar en nuestras casas? Por supuesto, el juego es interesante porque en redes sociales publicamos lo que nosotros elegimos mostrar. A un kentuki puedes ponerle límites, pero aun así te ve tal y cómo eres (a menos que tengas la paciencia para hacer un show cada vez que estás en tu casa). La parte artificiosa de las redes sociales queda reducida a la nada misma, permitiendo una relación casi directa con un desconocido.

Es una novela más bien corta (221 páginas), pero el estilo de Samanta Schweblin es atrapante y uno queda con ganas de más. Además de los cinco personajes centrales, que son las historias que sigue este libro, cada cierto rato tenemos capítulos dedicados a personajes que no vuelven a aparecer. Creo que eso sirve para recalcar la idea de que los bichos estos están por todos lados y las historias que seguimos a lo largo del libro son sólo atisbos en un mundo mucho más grande, como los kentukis permiten ver un poco de la vida de un desconocido al otro lado del universo. Y a pesar de ser historias separadas por el espacio, también forman parte de un todo. Al estar estructurado como novela, tienes una unidad temática que sirve para reforzar el tema de la novela: todos somos parte de este mundo interconectado y humano.

Título: Kentukis

Autora: Samanta Schweblin

Editorial: Literatura Random House

Año: 2018

Formato: Rústica

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