A la mitad de Poeta chileno, un académico chileno le pregunta a una periodista gringa si conoce a Harold Bloom, ella responde que no, si acaso es bueno. El profesor responde que no y que no debería leerlo1. Si no han tenido el placer de estudiar literatura y conocer al señor Bloom, se trata de un crítico y académico estadounidense que adscribía a la escuela del esteticismo, de tratar a las obras de artes como entes en sí mismas independientes de su contexto histórico social (a diferencias de otras escuelas en la esfera de la crítica literaria). Es una perspectiva que centra el arte y al artista como el centro del estudio literario, no su relación con la sociedad en su conjunto o su rol didáctico como herramientas para mejorar la sociedad, que es la razón por la que Harold Bloom nunca se llevó bien con las escuelas de crítica marxistas o feministas. Sin embargo, vamos a dejar de lado esto (por un rato) para hablar de otra teoría de Bloom que sirve para iluminar los temas centrales de este libro, aunque este personaje secundario considere que Bloom no es relevante para el estudio de la literatura. En 1973, Harold Bloom publicó La ansiedad de la influencia, un libro que buscaba revolucionar la crítica literaria y entregar un nuevo prisma para estudiar literatura. Su tesis se centra en ideas inspirada en Freud y su teoría psicoanalítica: la influencia de los poetas anteriores genera ansiedad en los que los siguen y sólo los poetas “fuertes” son los que logran sobreponerse a esa ansiedad e influencia y crear un trabajo verdaderamente original. Es una especie de muerte del padre que les permite crear y destacar.

En Poeta chileno, la paternidad es ansiosa. La escritura también.

Uno de los protagonistas de la novela, Gonzalo (Rojas, como el poeta) abre sus páginas como un adolescente enamorado y con ínfulas de poeta. Los primeros escarceos amorosos van de la mano con sus primeros intentos en la poesía, con resultados similarmente patéticos. El romance adolescente se termina, pero Gonzalo insiste con la literatura y sus sueños de poesía. Hasta que nueve años después se reencuentra con Carla, que está divorciada y tiene un hijo de seis años, Vicente. Al retomar la relación, Gonzalo se encuentra cumpliendo también el rol de padre de Vicente, cuyo papá no participa muy activamente de su vida. Así, Gonzalo se enfrenta al otro lado de la ansiedad de la influencia, al vértigo que se produce al darse cuenta de que sus acciones tendrán repercusiones sobre la vida de este niño. A su compleja relación con los poetas que lo anteceden (casi todos hombres, con un par de notables excepciones femeninas), se le suma la posibilidad de ejercer influencia a su vez. La paternidad y la poesía están entrelazadas en su mente y la posibilidad de tener un hijo con Carla va casi de la mano con su primera colección de poesía y refleja esta tensión constante a lo largo del libro. Quizás tenemos una premonición del final desastroso de la relación cuando después de un embarazo que no llega a término, Carla le pide a Gonzalo que le lea sus poemas. Ante la fría recepción Gonzalo decide leerle unos poemas de otros autores (Gonzalo Millán y Emily Dickinson), que Carla considera inmediatamente excelentes. Poco después, la relación termina, casi al mismo tiempo que la primera colección de Gonzalo es publicada, sin éxito. La poesía y la paternidad parecen ser abortadas al mismo tiempo, un desastre que va de la mano con la incapacidad de Gonzalo para afrontar la influencia.

El otro protagonista de Poeta chileno es Vicente, al que volvemos a ver a los dieciocho años, con sus propios sueños de poeta y buscando su camino. La obsesión de Vicente por la poesía hace eco de la de su ex padrastro, que a estas alturas lleva años fuera de su vida. Cuando conoce a una periodista estadounidense que pasea por Chile buscando una historia, el libro se desdobla y tenemos por un lado la historia de Vicente, enamorado de Pru y aspirante a poeta, y por el otro lado, la aventura de Pru en el mundo de los poetas chilenos. Aquí es donde Zambra campa a sus anchas, riéndose con cierto afecto de las idiosincrasias del mundillo literario chileno, especialmente de los poetas. Distintos vates revolotean por las páginas, mostrando distintas formas de poesía y dando una visión del mundo de los versos en Chile, dominado siempre por los grandes nombres: Neruda, Parra, Huidobro, Millán, Rojas. Los padres. Estos autores son nombrados una y otra vez, y si bien el único que aparece como personaje en estas páginas es Parra, los demás siempre están ahí: la presencia ausente de las figuras paternas.

Aquí es, quizás, donde tengo que hablar de algo que Harold Bloom no aprobaría en lo absoluto: las políticas sexuales de Poeta chileno. Esta novela está obviamente centrada en la masculinidad y tiene bastante que decir sobre esto y la paternidad y la forma en que se relacionan con el arte. Los hombres son personajes complejos y acomplejados, que se enfrentan a la ansiedad de la influencia en el arte y en sus vidas. Las mujeres, por otro lado, están permanentemente en los márgenes. Musas y madres, algunas poetas, pero poco más. Es curioso que un libro que tiene la suficiente autoconsciencia para que dos personajes comenten el machismo prevalente en el mundo literario, pero no la necesaria para problematizarlo. Es como si reconocer un problema (evidente, por lo demás) fuera el equivalente a una crítica, cuando la misma novela cae precisamente en el mismo error. Las dos mujeres más importantes, Carla y Pru, parecen tener vidas interiores, pero claramente estas son secundarias a las necesidades de Gonzalo o Vicente. Bastante revelador es que la sexualidad femenina sea representada como más fluida, ambas mujeres se muestran abiertas a relaciones con otras mujeres, pero al mismo tiempo la sexualidad masculina es estrictamente heterosexual: cuando Gonzalo y Carla se reencuentran en un bar gay, lo primero que él dice es que no es gay. Vicente rechaza los avances de uno de sus amigos, medio en serio medio en broma, dejando en claro que no le interesa experimentar sexualmente. Aunque Pru entrevista a varias poetas, estas son personajes incidentales que apenas inciden en su investigación de un mundo que, por supuesto, en la vida real al igual que en la ficción es casi estrictamente masculino.

En la novela, hombres y mujeres parecen vivir en esferas completamente separadas. Pru y Rita, una mujer a la que conoce en una fiesta de poetas conversan y señalan la falta de mujeres y el machismo de este submundo. Pero la idea queda ahí, a medio desarrollar. Carla, por otro lado, está interesada en la fotografía, pero este dato es casi anecdótico. Su personaje no es artista ni intelectual, como Gonzalo o Vicente. Lee novelas, pero no poesía. Está ahí para que Gonzalo descubra su lado paternal y para que Vicente tenga un apoyo en sus intereses. Pru explora el submundo de los poetas chilenos y parece ofrecer un despertar sexual a Vicente, una clásica musa de versos de poeta joven. Un libro que explora a sus personajes con tanto afecto y comprensión, a pesar de que tanto Gonzalo como Vicente son a ratos patéticos (quizás porque para ser poeta hay que estar dispuesto a ser un poco perdedores). Quizás por eso Carla y Pru se sienten a veces como oportunidades perdidas.

Por supuesto, también existe otra interpretación, que calza con el tono burlón (aunque cariñoso) con el que el narrador de Zambra habla de los poetas chilenos y su mundo casi exclusivamente masculino. Los hombres poetas viven sumergidos en la ansiedad de la influencia y en la competencia con quienes los rodean. Las críticas feministas, a pesar de Harold Bloom, han explorado también qué implica esta teoría para ellas y han llegado a la conclusión (debatible, por cierto) que la ansiedad de la influencia no afecta a las escritoras de la misma manera: el deseo de competir y matar a la madre no existe, porque hay tan pocas madres que no necesitamos aniquilarlas. Así vemos como las grandes autoras parecen abrazarse a sus precedentes, a sus madres. La casi total ausencia de mujeres en el libro parece señalar que están limitadas por esa ansiedad que carcome a sus contrapartes masculinas y los obliga a pasar el tiempo pensando en sus padres. Cuando Gonzalo le ofrece a Carla la posibilidad de acompañarlo a Nueva York y dedicarse allá a la fotografía, su argumento para rechazarlo es que en Nueva York todo está fotografiado, mientras que en Santiago aún hay cosas que descubrir. Lo mismo con las poetas que hablan con Pru, quienes parecen menos preocupadas que los hombres de compararse con otras poetas contemporáneas o pasadas, y más preocupadas por su propio trabajo.

Pero no me gusta criticar un libro por lo que pudo haber sido. Es un ejercicio inútil que tiene más futuro como ejercicio narrativo que como crítica. Poeta chileno brilla cuando Zambra resalta los absurdos y las eternas discusiones sobre la poesía chilena, especialmente destacando los egos de quienes forman parte de este mundo. Están los poetas que años después siguen enojados porque uno “acaparó” a Luis Emilio Pacheco en su visita a Chile en 1999; los poetas que buscan su espacio innovando y haciendo de todo el acto poético una performance que nadie nunca va a ver, como la mujer que escribe a dos manos; Parra, que aparece aquí lúcido y juguetón, como en todas las entrevistas que leí de él en vida; el eterno debate sobre quién es el mayor poeta de Chile, que si Neruda, que si Parra, que si Huidobro, Rojas, Zuritas; y por supuesto, qué tiene el agua de Chile que produce tantos poetas que parece que salen de debajo de las piedras. Pero también es un libro en que la paternidad aparece cuestionada y examinada, de la mano con el arte: si bien Gonzalo no es el padre biológico de Vicente, y para cuando vuelven a encontrarse ha pasado más años fuera de su vida que los que estuvo dentro de ella. Pero la pregunta está ahí, ¿acaso no es Gonzalo otro padre para Vicente? Él es quién le heredó sus primeros libros de poesía, quien quizás inconscientemente influyó en sus intereses y pasiones. Si bien en la tradición poética nacional tanto Gonzalo como Vicente están a la deriva, en su tradición personal, Vicente parece haber superado la ansiedad de la influencia cuando le dice a Gonzalo que no le gustaron demasiado todos sus poemas. Cuando Vicente le comparte sus propios poemas, Gonzalo siente el impulso de volver a escribir. En las últimas páginas de Poeta chileno, la ansiedad por la escritura y la paternidad parecen desaparecer: la poesía no es una competencia, sino un secreto compartido. El final es abierto, porque la poesía es así, nunca terminas de leerla si lo estás haciendo bien.

  1. Nota al margen: igual es una escena rara considerando que la gringa en cuestión probablemente estudió literatura en la universidad (el clásico English major) y sabe quién es Harold Bloom. Llamemos a esto foreshadowing de cosas a futuro. ↩︎

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