Voy a ser sincera y reconocer que lo primero que me llamó la atención fue la portada. Lo segundo, el tema. El nombre de Miriam Toews me sonaba de haberlo leído en blogs literarios, generalmente con comentarios positivos. Así que después de ver la portada, leí de qué se trataba y dije que tenía que leerlo.

La premisa es simple: un grupo de mujeres se reúnen a tomar decisiones.

Lo que no es tan simple es el contexto. Estas mujeres son parte de la colonia  de Molotschna, un asentamiento menonita en un país de América Latina (la historia está  basada en hechos reales que pasaron en una comunidad menonita en Bolivia). La decisión que tienen que tomar es quedarse o irse después de una serie de violaciones cometidas por hombres de su comunidad. Lo que complica aún más la situación es que los menonitas son extremadamente conservadores, por lo que las mujeres no tienen ningún tipo de acceso a la educación o al mundo fuera de la colonia. Para ellas, la decisión de irse implica más que cambiarse de casa: es irse a un mundo completamente desconocido.

Mientras los hombres de la colonia están en la ciudad más cercana tratando de pagar la fianza de los violadores (sí, that’s a thing), las mujeres deciden reunirse en un granero para discutir sus tres alternativas: quedarse y no hacer nada, quedarse y  pelear o irse. De hecho, esas alternativas ya fueron discutidas  por los personajes en una reunión anterior, pero la mayoría de las mujeres creen que su mejor alternativa es no hacer nada y esperar que las cosas sigan su curso. Las mujeres que llegan al granero son las que optaron por pelear o irse, así que el debate está centrado en esas dos opciones.

Aquí entra en juego una de las cosas más interesantes de la novela: la narrativa está contada desde August Epp, el profesor de la escuela de la comunidad y el único hombre en quedarse en el pueblo. No sólo eso, también es el único de los miembros de esta secta que viene de afuera, habiendo vivido años en Inglaterra después de que sus padres fueran exiliados por una razón que nunca terminan de explicar. Después de pasar una temporada en una cárcel inglesa, decide volver a la comunidad y rogar para que le permitan volver, a pesar de todo. El jefe de la colonia, Peters, lo acepta como profesor en la escuela donde van los niños hasta los catorce años o algo así (las niñas no van, por razones obvias).

Volviendo al título, Women Talking parece una frase relativamente sencilla, lo que quizás esconde el acto revolucionario que viene de esas palabras. Las mujeres de la colonia de Molotschna han sido atacadas de la peor manera que a uno se le puede ocurrir, pero además de eso carecen de la habilidad de leer y escribir. El lenguaje oral es lo único que tienen. E incluso eso tiene que ser mediado por un hombre, que puede empatizar con su causa, pero no deja de ser un hombre transcribiendo la historia de estas mujeres. Creo que es algo completamente deliberado por parte de Toews, para llamar la atención al hecho de que estas mujeres no tienen voz. Al mismo tiempo, el libro constantemente pone las ideas de las mujeres en el centro, en un lugar en que históricamente no han estado. Y haciendo que un hombre esté obligado a escucharlas para tomar apuntes. Es una subversión sutil, pero muy potente.

Lo interesante también es que estas mujeres están hablando sin hombres —con la notable excepción de August—, lo que les permite cierta libertad de acción que no tienen regularmente. Es notorio con Netje y Autje, las dos más jóvenes del grupo. Aunque no tienen demasiadas intervenciones, las dos se pasan gran parte del libro haciendo gestos y burlándose en silencio de sus mayores y de los hombres que los rodean.  Las demás, las adultas, están explorando la desconocida libertad de poder hablar y ser escuchadas, especialmente Ona, que nunca se ha casado y por tanto es considerada una especie de niña grande, sin ningún tipo de poder. A lo largo del libro, se siente cada vez más segura de lo que hace y lo que piensa.

Mujeres vestidas de azul, con cofias en la cabeza y vestidos largos.
Las mujeres menonitas se visten así en su vida diaria, aunque existen comunidades menos extremistas.

A pesar de que los crímenes cometidos por los hombres son horribles, la narración no se centra en ellos. Está más concentrada en mostrar a las mujeres hablando y discutiendo acerca de su situación, lo que a ratos es divertido y profano, pero también triste y angustioso. Mal que mal, sus vidas han sido marcadas por la opresión y el silencio. Por eso el libro también se siente como una catarsis, una explosión de libertad después de vidas enteras de abusos. A pesar del tema terrible que atraviesa toda la historia, también hay una especie de alegría escondida, que está permanentemente a punto de explotar. La ausencia de los hombres que dirigen esta sociedad patriarcal es lo que permite que las protagonistas de esta historia experimenten las primeras dosis de libertad en sus vidas.

La imagen que tenemos de la vida de estas mujeres es muy aislada. Como dije antes, viven en una colonia menonita en un país Latinoamericano (probablemente Bolivia), pero no son capaces de leer ni en su idioma (Plautdietsch), ni mucho menos en castellano. La idea de escapar de un lugar como la colonia Molotschna es suficiente para asustar a cualquiera, mucho más a mujeres que saben que no tienen ninguna manera de vivir afuera de los límites, cuando ni siquiera  saben  cómo leer un mapa. Pero también saben que la cultura que permitió que sucedieran las decenas de violaciones en su comunidad no va a cambiar si no hay nada más que cambie.

Aparentemente, Miriam Toews creció en una familia menonita en Canadá (aunque por lo que he logrado averiguar, no tan extrema como los de este libro) y varios de sus otros libros tratan temas similares, por lo que tengo muchas ganas de seguir leyendo a esta autora. A pesar de que leí este libro hace tres o cuatro semanas, no he podido dejar de pensar en él y probablemente estará en mis favoritos a final de año.

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